Opinión | De los contratos sexuales, por Laureano Márquez P.


De que este mundo está raro, está raro. La sexualidad y el amor han cambiado mucho en los últimos tiempos. Ante el creciente descontrol de la sexualidad, que conduce a un incremento de los delitos sexuales casi de manera directamente proporcional a los cada vez más numerosos intentos legales de evitarlos y prevenirlos, algunos países, como la avanzada Suecia, por ejemplo, promueve la firma de un contrato para el consentimiento de las relaciones íntimas.

Antes, la sexualidad tenía como precepto el de consumarse siempre dentro del matrimonio (como debe ser). Aunque casi nunca se cumplió este principio rigurosamente, un caballero digno de tal consideración, que pedía un adelanto (como diría el finado Oscar Yanes), se sentía obligado moralmente a contraer matrimonio. Caso contrario, aquello se consideraba un engaño y se decía de algunas mujeres: «Pobrecita, fulano la engañó» y eso le arruinaba la vida a ella y lo convertía a él en un patán. Se entendía que la mujer debía llegar al matrimonio en estado de completa pureza, de allí la blancura de su vestido. De más está explicar el porqué del vestuario rigurosamente negro del novio.

Con la liberación sexual y la consigna de: «¡Hagamos el amor y no la guerra!», la práctica del sexo se convirtió en emblema de libertad. En aquellos tiempos, Trino Mora cantaba Libera tu mente y la gente de bien se escandalizaba. Se hacía el amor dentro del matrimonio, fuera de él e incluso al lado. No había rollo, por decirlo con una palabra de ese tiempo. La gente, en general, sabía distinguir con claridad cuando había química propicia y cuando no. Según cuentan los mayores, las cosas iban surgiendo por su propia naturaleza, por una suerte de comprensión del entorno circuncidante y no como consecuencia de una explícita pregunta, que se habría considerado más bien inoportuna y hasta desalentadora y, por supuesto, sin normas porque todo era, más bien, una reacción en contra de las normas. Pero a pesar de la liberación, los límites parecían estar más claros y la gente simplemente se dejaba llevar cuando la rueda del amor comenzaba a girar.

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