Opinión | La poesía también vive en la cárcel, por Rodolfo Izaguirre

Cuando bajé a los sótanos de la Seguridad Nacional en tiempos del perezjimenato encontré a mis amigos allí encarcelados y todos llevaban barba. Me estremecí al verlos porque en ese tiempo los jóvenes no usaban barba. Creo que ha debido ser Fidel Castro quien la puso en boga. Los vi y de inmediato surgió el abate Farías y su larga barba de años confinado en el calabozo de los espantosos arrecifes de la isla de If enseñando a vivir a Edmundo Dantés, antes de convertirse para gloria de la aventura literaria en el Conde de Montecristo. «Estaré preso toda mi vida», pensé con la esperanza hecha pedazos.

La naturaleza ñángara que me dominaba en aquel entonces me inclinaba a asegurar que salvo mis amigos barbudos no tenía familia y mi destino no era otro que podrirme en aquel sótano de maltratos y desilusiones. Pero no fue así. Una tarde, uno de los esbirros se me acercó preguntando cómo me llamaba. Un hijo suyo estuvo de paciente en la clínica de mi hermano José Luis y en agradecimiento se ofrecía como enlace con mis hermanos. Y descubrí que tenía una familia tan poderosa que logró hablar con el propio Pérez Jiménez y una semana más tarde en los mismos sótanos de la Seguridad Nacional firmé el pasaporte que dos días más tarde me llevaría a Nueva York, donde vivía mi hermano Omar. Una insólita y desconcertante paradoja: un régimen fascista y militar envía a Nueva York, consagrado corazón del capitalismo, a un «declarado marxista» que ha estado preso en la odiada mazmorra del su mayor enemigo.

Pero la extravagante historia no impidió el vejamen y los suplicios de varias torturas físicas y psíquicas. Estas últimas podrían condensarse en el abyecto y podrido lenguaje de Aparicio, el sádico alcalde de la cárcel. Llegaba a su trabajo a las 6:00 de la mañana maldiciendo al mundo y a nosotros con densas y estruendosas vulgaridades que me aturdían tanto que secretamente me hacían preferir las torturas físicas. Gritaba cuando veía a un preso conversando con otro: «¡Ep, mucho conversándome con cuyo detenido!».

Lee más en El Nacional

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s