
– ¡Mamá, hasta cuando carne asada!
– ¡Ay, otra vez el arroz!
Tulio Febres Cordero
El Ilustre
El pabellón criollo, símbolo indiscutible de la gastronomía nacional, es la más bolivariana de las preparaciones que alimentan la mesa venezolana. Su denominación obedece más a razones políticas que gustativas y comenzó a gestarse desde el inicio del caminar por estas tierras, enriquecido luego con el aporte hispano que nos llegó de ultramar sin haberlo buscado, hasta consolidarse como base alimentaria e integradora de un pueblo hambriento de mitos y reconocimiento histórico. Es verdad que Simón Bolívar debe haber comido muchas veces pabellón, pero nunca se enteró de que esas caraotas con carne deshebrada y arroz blanco que le servía la negra Hipólita en Caracas se llamaran así. ¿Por qué entonces bolivariano?
El ensayista e historiador Rafael Arráiz Lucca afirma que el bolivarianismo no lo inventó el teniente coronel Hugo Chávez Frías, sino el 18º presidente de los Estados Unidos de Venezuela, general Antonio Guzmán Blanco, calificado por la historiografía como el autócrata ilustrado que gobernó el país durante casi veinte años, de 1870 a 1888, autodenominado Ilustre Americano, quien tuvo la osadía de afirmar que solo en Versalles se podía comer mejor que en Caracas. Ironías del destino que el más afrancesado de nuestros mandatarios, cuyo menú se escribía siempre en francés con opciones como chaud, gaufres, gelée, perigeaux, a la mode, regados con Chateau d’Yquem, Margaux y Champagne, aparezca ahora como patrocinador del más popular y humilde de nuestros condumios, compuesto inicialmente de frijoles y carne de segunda en salazón.
Los primeros sesenta años del siglo XIX en Venezuela estuvieron marcados por las guerras, la de Independencia, la emancipación de España, de la Gran Colombia, la Guerra Larga de la Revolución Federal, que dejaron un país destruido, en la ruina, sin caminos ni mano de obra donde reinaba la necesidad y la confusión.
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