Opinión | Angola en la era del deseo, por Milagros Socorro

Por Milagros Socorro en La Gran Aldea

Partamos de una obviedad: el trabajo de un periodista es público y, por tanto, sujeto al escrutinio. Cuando un periodista comete un error, el costo se carga a su credibilidad, a su prestigio, que es el mayor, quizá el único, patrimonio de un profesional de la prensa. Claro que hay deslices, equívocos puntuales, y hay sistemas de ideas, es decir, convicciones, estilos, formas habituales de abordar los hechos. Es distinto. En el primer caso, el traspié es aislado, puede ser atribuido a esa cualidad tan humana que es la equivocación. Lo segundo ya es otra cosa.

El trabajo de un periodista se basa -o debe basarse- en hechos. No en suposiciones, hablillas o deseos. Cuando un periodista cede a los cantos de sirenas de los extremos radicalizados, su credibilidad se resiente; y si este exceso, en vez de ser una excepción, se convierte en asiduo, ese periodista se expone a la bancarrota de la confianza, que es el peor desmedro que puede sufrir alguien del oficio.

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