
Un episodio poco difundido de nuestra historia es la locura de Don Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo, gobernador de la provincia de Venezuela entre 1699 y 1703. Hace algunos años una obra de teatro en clave de comedia, «Chirimoya flat», del gran novelista, poeta y ensayista venezolano Eduardo Casanova Sucre, dirigida por otro maestro del teatro venezolano José Tomás Angola, dio cuenta del episodio.
Don Nicolás pertenecía a una de las familias principales de la isla de Tenerife, en las Canarias, con tradición de nobleza y fortuna, esta última adquirida en parte por el contrabando de mercancías y el comercio de esclavos. Todo ello era facilitado por la posesión de algunos barcos en el puerto de Garachico, uno de los de mayor tráfico de la isla de Tenerife y de gran importancia para el comercio tanto con América como con Europa, hasta que fue devastado por la erupción del Teide de 1706.
En el siglo XVII –y en todos los demás– la presencia de los canarios fue muy importante en Venezuela. Canarias, como punto medio entre las Indias y Europa, era parada obligada de las travesías, lugar donde se aclimataban las plantas americanas que se traían a Europa y de donde partieron las que, desde el viejo continente, se llevaban a América para su cultivo. Así, por ejemplo: la papa no es oriunda de Canarias, aunque parezca, y la caña de azúcar no es americana, aunque parezca.
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