
Por Miro Popic en TalCual
a Miguel Soler, cochinólogo
No hemos dejado de ser antropófagos. Seguimos alimentándonos con miembros de nuestra propia especie, pese a que, desde tiempos antiguos, nos han advertido de la consanguinidad con un antepasado común muy próximo a nosotros: el cerdo.
Desde los griegos, incluido el propio Aristóteles (384-322 a.C.), padre de la filosofía occidental y también de la biología, aunque muchos no lo sepan, se ha considerado al cerdo como el animal más cercano a los hombres. Para el historiador francés Michel Pastoureau, autor de un pequeño ensayo titulado Le cochon: histoire d’un cousin mal aimé, somos prácticamente primos hermanos. Mientras el escritor estadounidense Michel Poland, en su libro Cooked, afirma que de los animales que comemos el que más se parece a nosotros es el cerdo. Total, como dice Harld McGee, somos depredadores y nos complacen los trozos de carne que prefiguran nuestro propio final.
Durante siglos se utilizó su cuerpo para estudiar anatomía debido a las similitudes estructurales con la especie humana. Ya en la Edad Media las escuelas de medicina practicaban anatomía deshuesando chuletas y perniles, ante las prohibiciones eclesiásticas que impedían descuartizar el cuerpo humano después de la muerte. Hay un libro de 1418, de un tal Juan de Aviñón, titulado Sevilla Medicina (citado por Carlos Azcoytía en Historia de la Alimentación en la Baja Edad Media en Sevilla) donde leemos: “…y no hay carne en el mundo que tan semejante sea del cuerpo del hombre, como es el puerco, tanto que dice Galeno que en algunos lugares dieron carne de hombre en lugar de puerco, que semejaba todo carne de puerco; y su anatomía es tal como la del hombre”.
Las primeras piaras llegaron a América el 3 de noviembre de 1493 en el segundo viaje de Cristóbal Colón – fueron 8 puercas que costaron 70 maravedís – y se adaptaron rápidamente a las islas del mar de los Caribes, donde hoy el lechón es imprescindible en sus cocinas. De ahí pasó a Tierra Firme. Bernal Díaz del Castillo cuenta que en 1522 en el primer banquete español en México ofrecido por Hernán Cortés en Coyohuacán para homenajear a sus capitanes, se sirvieron cerdos que habían llegado de Cuba, que fueron bautizados por los mexicanos con el nombre de cochinos, debido a que siempre dormían, nombre tomado de cochi, que significa dormir en la macro lengua náhuatl.
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