
Por Federico Vegas en La Gran Aldea
He notado que en la historia, especialmente en la del teatro, existe una misteriosa tendencia a la formación de tríos de creadores extraordinarios que coexisten en una misma ciudad y en un mismo siglo, e incluso durante los mismos años.
El primer ejemplo que propongo sucede en la Antigua Grecia. Si tomamos en cuenta que el teatro griego gozó de unos tres siglos de esplendor; y que aún existen vestigios de unos cien teatros a cielo abierto en las laderas de Grecia y de sus islas, así como en Sicilia, el sur de Italia y el Asia Menor; y que un dramaturgo en aquellos tiempos podía llegar a escribir hasta ciento setenta tragedias, ¿cómo se explica entonces que hoy solo conozcamos las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides? No incluyo aquí a Aristófanes, el que más he leído, por ser autor de comedias y, además, estropearía mi obsesión con la existencia y el azar de los tríos.
¿Qué sucedió con las obras de Tespis, padre del género; con las de Quérilo, el más prolífico; con las de Frínico, quien introdujo los temas históricos? Quizás no perduraron, ni siquiera fragmentos, por la más justa y subjetiva de las razones: sus obras no eran lo suficientemente buenas.
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