
A Salvador Garmendia le tocó, no sé por qué, recibir en el aeropuerto de Maiquetía a Ángel Rama, el escritor y ensayista uruguayo, la primera vez que visitaba el país. Salvador fue a mi casa a pedir prestado mi automóvil para bajar al aeropuerto con la promesa de devolverlo y presentarme al uruguayo. En efecto, horas mas tarde, hacia las 10:00 de la noche, se presentó con mi Fiat Millecento y con Ángel Rama como único pasajero. Yo era, por así decirlo, el primer intelectual, hombre de letras y de cine que Rama estaba conociendo en el propio país venezolano.
Alcanzó renombre como escritor, crítico literario, editor y autor de obras de importancia como Transculturación narrativa en América Latina, de 1892 y La ciudad letrada, de edición póstuma, sobre las relaciones entre las letras y el poder, sobre los mundos urbanos que se fueron organizando desde la Conquista, hasta la fundación de ciudades como Brasilia, lo que Rama llama ciudad revolucionada y ciudad soñada. Fue, además, gran conocedor y estudioso de la literatura venezolana y vivió en Venezuela vinculado a la Fundación Biblioteca Ayacucho de la que fue activo promotor, director literario y miembro de su consejo directivo. Después supe y me negué a leerlos que había escrito avinagrados comentarios sobre los venezolanos que le dieron abrigo y afecto. Dejó de ser santo de mi parroquia. ¡Un malagradecido!
Murió el 27 de noviembre de 1983, a los 57 años en Mejorada del Campo, cerca del aeropuerto de Barajas, Madrid, en un accidente aéreo junto a Marta Traba, su segunda esposa, crítica de arte argentina-colombiana; el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia y el poeta peruano Manuel Scorza, cuando viajaban de París a Colombia a un encuentro o congreso de escritores.
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