
Las protestas sociales que se han venido escenificando recientemente en Venezuela llevan una carga de rabia y frustración, mayor inclusive a las de aquellas registradas en años de una situación económica más difícil aun que la actual, tal es el caso de 2016 y el 2017. ¿A qué se debe esa particular carga de emociones? Un factor explicativo, a mi juicio, tiene que ver con los dolores propios de la recaída, del retroceso. Las recaídas son particularmente gravosas. Lo dicen, por ejemplo, los psiquiatras cuando hablan de la reaparición de las depresiones, las cuales pueden ser peores que la experiencia inicial. Es así porque las recaídas representan la quiebra de una esperanza: la esperanza de la recuperación. Las recaídas nos dicen que estamos de nuevo al comienzo del camino, que hemos perdido parte o todo lo recorrido. Con la recaída perdemos la fe en los tratamientos y soluciones adoptadas al mostrársenos como no viables o sostenibles. Las recaídas nos traen de vuelta el fantasma del sufrimiento ya experimentado.
Hay tipos distintos de recaídas, y sus efectos sobre quienes las padecen pueden ser muy distintos dependiendo no solo de su magnitud en términos absolutos, sino también del contexto en que ellas se producen. Una recaída económica -una contracción- después de años sostenidos de crecimiento puede no experimentarse como algo particularmente serio. Puede verse inclusive como una etapa normal en los ciclos económicos por los que atraviesan los países. En cambio, una contracción que ocurre poco después que una economía ha empezado a dar algunas señales de vida y, luego de una larga y profunda contracción, es otra cosa. Eso es lo que está pasando en Venezuela.
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