
Los días 5 y 6 de mayo próximos, el cocuy se adueña de Barquisimeto para mostrar el avance que ha tenido en la búsqueda del reconocimiento que merece luego de años de olvido y, hay que decirlo, unos cuantos años de persecución. Es curioso que el licor extraído de una planta autóctona, la única que destilamos, sea el último invitado a la mesa.
Tenemos excelente ron, pero la caña no es nuestra. Hacemos vino en Altagracia, pero la vid nos llegó con la conquista. En cambio el maguey, que abunda desde milenios en el semiárido de Lara y Falcón, del que sale esa «delicia encendida con sabor a medio día», como dijo un poeta caroreño, sigue marginado en el brindis nacional. En una de las invitaciones que recibo leo destacado «cocuy de penca, bebida ancestral». De inmediato surge la pregunta. ¿Cuánto de ancestral hay en el cocuy?
Si hablamos de la planta de la familia de las agavaceas cuya especie conocemos como Agave cocui y sus diferentes usos, podemos decir milenios. Si nos referimos al destilado espirituoso que llamamos familiarmente cocuy, así, terminado en ye, la vigésimo sexta letra del alfabeto español que reiteradamente nominamos griega, podemos decir que poco, o muy poco, o simplemente nada. Porque, hay que decirlo, el cocuy no es ancestral.
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