
“El creciente flujo migratorio de venezolanos por todo el mundo no solo representa una reubicación masiva de capital humano, sino también un éxodo ciudadano lleno de individuos con valores cívicos y democráticos. El voto en el exterior no es meramente un ‘voto simbólico’, sino una oportunidad para articularnos como sociedad civil”.
Resulta una irresponsabilidad decirle a más de 7 millones de venezolanos que todavía no está decidido si van a poder votar en octubre. Tenemos un compromiso con quien ha huido del desabastecimiento, de la angustia que genera ver un sistema de salud desmantelado y de la inestabilidad social y económica. Con quienes también han pagado ese sacrificio que implica migrar: dejar la mitad de su ser, de sus afectos en Venezuela. Hoy, cada uno de ellos debe recibir una respuesta por parte de la Comisión Nacional de Primaria (CNP), pues lo contrario sería imponerles las condiciones del gobierno dictatorial que tanto han sacrificado para dejar atrás.
El Páramo de Berlín, el Tapón del Darién, el Desierto de Atacama y de la frontera entre Estados Unidos y México, y las aún poco estudiadas rutas migratorias por el Caribe, entre otras, constituyen para muchos coordenadas geográficas de un trayecto doloroso que quedó en la memoria de los que han sacrificado tanto para buscar un futuro mejor. Este año, estos valientes individuos tienen el derecho de decir, desde las diferentes latitudes del mundo: “Soy venezolano y mi voto cuenta”. Estos venezolanos no merecen vivir con la incertidumbre de la plausibilidad de su participación, sino de un vivo y caliente debate de cómo y dónde van a poder ejercer su inalienable derecho al voto.
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