Opinión | Julio Montoya o el ridículo con nombre y apellido, por Elizabeth Fuentes

“¿Cómo resucitó, cómo resucitó?”, debe haberse preguntado el cadáver político de Julio Montoya en sus noches de insomnio. “Vienen la Primaria”, se diría, y seguro imaginó en su desvelo que si hasta Antonio Ecarri tiene vida en redes y medios, ¿por qué yo no?

Y con ese empuje falso que ya le conocemos, con esa rabia constante con la que busca emocionar quién sabe a quiénes, el hombre se montó en una idea que solo puede entenderse en la mente desordenada de cualquier borracho. “Me encasqueto una peluca para enviar un mensaje a favor de las mujeres”, un gesto tan ridículo como la otra gracia que se le ocurrió casi en paralelo: combatir la ideología de género y el derecho al aborto, como cualquier fascista que acaba de descubrir la fórmula del agua tibia. O quizá porque, como dijo Simone de Beauvoir: “Las mujeres para hacernos sentir, tenemos que escandalizar”. Entonces, Montoya se encasquetó la peluca creyendo que tendría la audiencia a su favor.

Aunque su verdadera intención fue seguramente la de hacernos creer que está al día, que su pensamiento es contemporáneo, que sabe utilizar la palabra género en estos momentos tan aciagos para la mayoría de las mujeres venezolanas; a quienes lo que realmente les interesa no es si la vagina se puede reconstruir o cómo conseguir un pene para complementar su transformación, operaciones carísimas por cierto. 

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