Opinión | Epaminondas, por Laureano Márquez

Epaminondas, Laureano Marquéz

Epaminondas es un nombre griego, de hecho, es el nombre de un célebre general tebano a quien calificó Cicerón como «el primer hombre de Grecia». Hizo de su ciudad, Tebas, una urbe hegemónica entre las restantes griegas, al tiempo que fundaba otras y –como no suelen hacer los generales de hoy– murió luchando en el campo de batalla. Un dato biográfico interesante para quienes se dedican a la política es que vivió toda su vida en condición cercana a la pobreza, pues creía que su misión era servir a su pueblo y no enriquecerse usando los privilegios que brinda el ejercicio del poder.

Ahora bien, si a Epaminondas le añadimos un apellido: González, ya nos trasladamos de la Grecia antigua a Maracaibo, dado el gusto propio de los marabinos de dar a sus hijos nombres clásicos griegos. Epaminondas González es el nombre de un orfebre –antes se decía joyero– al que conocí durante mi infancia y juventud en Maracay, la ciudad jardín de Venezuela.

En su diminuto taller, ubicado en un local de una vieja casa de techo de teja y caña brava, en la calle Páez este, entre López Aveledo y 5 de Julio, el señor Epaminondas esculpía en yeso las figuras que luego, fundidas en oro, se transformaban en un anillo, un prendedor, unos zarcillos, una pulsera o un crucifijo. Luego ensamblaba las piezas: las cadenas de las que el crucifijo colgaba, por ejemplo, eran elaboradas eslabón por eslabón. Recuerdo que, durante mucho tiempo, para avivar la llama del soplete, usaba un fuelle que hacía funcionar con la pierna, lo cual acabó por descomponerle la cadera.

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