
Venezuela sigue atravesando su larguísima crisis política, económica y social. Continuamos sumidos en la profunda recesión que comenzó en 2014, con una inflación galopante, escasez de alimentos y medicinas y, cuando pasó la escasez, una caída brutal en el nivel de vida de la inmensa mayoría de la población. Encima, el gobierno de Nicolás Maduro continúa violando los derechos humanos y restringiendo todo tipo de libertades.
La oposición, hasta ahora, se había centrado en la defensa de esos derechos, la democracia y la libertad de expresión. El interinato logró el respaldo de las democracias más sólidas del mundo, pero como no se cumplió el mantra del “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, todos los reclamos se volcaron sobre la figura de Juan Guaidó, en vez de reclamarle a Donald Trump, que fue quien ofreció lo que él -y otros pocos- sabían desde el principio que no iban a dar. Solo querían el voto de los venezolanos en las elecciones de medio período. El hecho es que los mismos que crearon el interinato lo acabaron, sin medir las consecuencias, entre ellas, la de quién va a tener control sobre los bienes del país en el exterior.
Pero no contentos con ello, ahora resulta que los opositores están lavando todos sus trapos sucios a la luz pública. Si algo tenían que haber aprendido del chavismo -y es una de sus grandísimas fortalezas- es que ellos pueden detestarse, pero jamás lo exponen. Uno puede sospechar que Maduro y Cabello no se soportan, pero cada vez que les conviene, aparecen abrazados.
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