Opinión | Las ricas también lloran, un caso de simulación, por Milagros Socorro

MILAGROS SOCORRO | 13 FEBRERO 2023

Vi la proyección de “Desconocidas”, la más reciente obra dramática de Mónica Montañés. Al leer, en su cuenta de Instagram, que la pieza abordaba un aspecto de la realidad venezolana, me interesé. No tengo noticia de ninguna otra creación de la exitosa autora que ejerza fricción con los hechos o con la actualidad. El contenido de IG permitía adelantar que la obra nos mostraría el devenir de una mujer que ya en la senectud es sacada de su casa, de su lugar, y condenada a la excentricidad; esto es, una anciana es expulsada de su lugar, del sitio donde está acostumbrada a vivir y forzada a un traslado donde nada tiene forma ni referencia. Me intrigaba qué nombre le pondría la llave Montañés-Mimí Lazo (que no otra era la productora y cabeza del elenco) al monstruo que ha sacado a patadas a más de seis millones de venezolanos, a ponernos a pasar trabajos y a mear fuera del perol. Perdóneseme la ordinariez, pero es que el texto incluye esto de manera literal: al extraviarse en un apartamento desconocido, la señora se orina en su silla de escritorio. No encuentra consuelo: no encuentra el baño.

Vi la obra, por Zoom, hasta el final. Me sedujo el trabajo de Verónica Oddó, su firme dicción, las muchas posibilidades de su construcción del personaje, abierto en un abanico que solo el desenlace cerrará de golpe. Me gustó la actuación de Mimí Lazo, siempre capaz de reunir un manojo de flores sencillas y tiernas, incluso en un papel de chivera como este. Y, bueno, bostecé con la joven alienada por la realidad paralela, el antifaz o lo que sea (no tiene la menor relevancia). Mientras la trama se arrastraba sin adelantar un palmo de lo establecido al principio: tres mujeres de una familia han tenido que salir huyendo de su país por causa de X, y cada una lidia como puede con el cataclismo. La abuela tantea las superficies desconocidas en busca de una rugosidad que la ate a la cordura, a la vida; la hija tiene ese dolor muscular tan familiar para los casi siete millones de desplazados que han tenido que meter la vida en dos maletas y luego tirar de ellas con los pulmones; y una joven desubicada que está tratando de estirar la adolescencia más allá de los 40.

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