
Por Elle Mills
Mills fue youtuber entre 2012 y 2022.
Mi vida, hasta ahora, se resumía con frecuencia en cifras: 1,7 millones de suscriptores, 1,8 millones de seguidores, 155 millones de reproducciones. A los 12 años, empecé a publicar videos en YouTube. En noviembre, a los 24, lo dejé.
Cuando le hablo a la gente sobre mis videos, suelo decir: “Imagina si Ferris Bueller tuviera un canal de YouTube”. Utilizaba el estilo y las convenciones de las películas nostálgicas de adolescentes para romantizar lo que, por lo demás, era una vida normal. En YouTube, se da la paradoja de que una vida romantizada es también profundamente personal. Mi canal era tan crudo y cándido como lo habría sido en mi diario. Eso forma parte de la cultura. Que te conozcan tal como eres —y te alaben por ello— resulta muy atractivo para quienes sentimos un profundo deseo de que nos entiendan.
Sin embargo, otra parte de la cultura es convertirte en un producto, y averiguar cómo venderlo. El éxito se mide en el número de reproducciones y de suscriptores, visibles para todos. Las cifras son una inyección de adrenalina para tu autoestima. La validación es un subidón adictivo, pero los bajones son igual de fuertes.
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