
Estuvo en el país de los cíclopes y enfrentó y dio muerte a Polifemo, el poderoso cíclope de un solo ojo y asistió en el país de los lotófagos al insólito proceso de ver borrarse la memoria por comer una fruta. Durante veinte años estuvo viajando por mundo antiguo después de finalizar la guerra de Troya y poner en acción al ingenioso caballo de madera. Sus hombres se convirtieron en cerdos cuando vivieron en la isla de Circe la célebre hechicera. Bajó al reino de la muerte y desafió al perverso canto de las sirenas que destrozaban los barcos y a los tripulantes que osaran pasar por sus cercanías y viejo y cansado fue a morir a Ítaca después de matar a los ávidos pretendientes de Penélope, su mujer, que tejía y deshacía lo tejido solo para desanimarlos.
Me refiero a Ulises, rey de Ítaca su país y ciudad natal, también llamado Odiseo, el mayor héroe de la Mitología Griega y célebrado personaje de la Ilíada y de la Odisea, obras de Homero situadas en lo más alto de la literatura mundial.
También los venezolanos hemos conocido, al igual que Ulises, momentos de gloria y desvanecimientos: padecimos y exaltamos una guerra que nos independizó del peso español y se abrió a un país que toleró o soportó la odiosa presencia de caudillos civiles o militares y cruentas e inútiles revoluciones e invasiones, animadas solo por alguna turbia apetencia de poder hasta que un día en el Barroso zuliano brotó de la tierra un portentoso chorro de petróleo que cambió, eso creemos, el rumbo no solo del país agrario que éramos sino del país que creemos ser.
Lee más en El Nacional