
Era muy joven y me fui detrás de una chica que vivía en Caracas y se había marchado a Dinamarca, su país natal. Pero cuando llegué a Copenhague ella se encontraba en París y allí fui a buscarla. La encontré. Mi dicha duró poco porque me abandonó por una venezolana y jamás las volví a ver.
París abrió las puertas de mi libertad. Deserté de L’École du droit de la Sorbonne donde estudiaba para ser abogado, entré a la Cinemateca francesa y no salí nunca de ella porque no sabía entonces que iba a dirigir la de Venezuela.
La frase «Lo creo porque es imposible» que me llevó al club londinense de admiradores del Conde Drácula y la de Breton: «Amo a los fantasmas que entran por la puerta a pleno mediodía» comenzaron a moldear el futuro de mi propia ilusión estética.
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