
Enrique Berrizbeitia el arquitecto, el mejor escenógrafo del país, el hombre de la ópera, el ballet y la zarzuela, el mejor amigo del Teresa Carreño, el profesor de apreciación musical, fundador de la Compañía Nacional de Ópera, entre tantas cosas maravillosas que hizo, era amigo de mi hija Tuti, una joven con discapacidad.
Fue aproximadamente a principios del milenio cuando Tuti, quien contaba veinte años entonces, conoció a Enrique. Mi mamá asistía a las óperas que él presentaba los martes en el Trasnocho. Nosotros vivíamos en Maracay y en unas vacaciones mi mamá la llevó con ella. En mi casa siempre hemos sido melómanos y la ópera no le era extraña a Tuti, pero aquello de verla representada para ella fue un evento sublime. Se quedó todas las vacaciones con su abuela para “ir a la ópera”. Llegaba emocionada, contando la belleza de aquellas voces y tarareando las arias que la habían conmovido. Y, por supuesto, ponía enorme atención en todo lo que decía Enrique. Puedo decir que fue el comienzo de una bellísima amistad que Tuti atesorará por el resto de su vida. Porque Tuti y Enrique fueron amigos de verdad.
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