
1954 fue un buen año para las hallacas. El viernes 24 de diciembre de ese año, en la página 65 del diario El Nacional, apareció un pequeño aviso de 3×2, tres columnas por dos centímetros –sí se medía en la época en que los periódicos eran de papel–, donde se ofrecía: «Envíe a sus amigos y familiares en el extranjero la tradicional cena de navidad HALLACAS Pampero. Puestas en Nueva York Bs. 20. Infórmese en: Calle Real Sabana Grande Nº 164 – Telf.: 29.446. Hecho en Venezuela». Estas hallacas venían enlatadas con agua en envases de dos, cuatro y ocho unidades, envueltas en hojas de plátanos a la manera tradicional. Los envases de dos costaban Bs. 4,50 y los de ocho Bs. 17,00. ¿Hallacas enlatadas para exportación y nada menos que a Estados Unidos? Raro.

¿Quiénes eran los clientes potenciales de esas hallacas enlatadas? Principalmente, los exiliados políticos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez quien, luego de participar en el golpe de Estado que derrocó al presidente Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, formó parte de la Junta Militar de Gobierno y posteriormente asumió la presidencia (1952-1958), desconociendo el triunfo electoral de Jóvito Villalba, del partido URD, provocando una ola de persecuciones que no culminó sino cuando fue derrocado por un movimiento cívico-militar el 23 de enero de 1958.
Villalba fue enviado al exilio en Panamá. Otro de los candidatos en esa elección, Mario Briceño Iragorry, tuvo que asilarse en Costa Rica y luego España, como muchos más que abogaban por la democracia y no por el militarismo. Como Rafael Caldera, por ejemplo, quien llegó dos veces a gobernar desde Miraflores, o Rómulo Betancourt, presidente en dos ocasiones, a quien se le atribuye eso de multisápidas para definir nuestras hallacas. Si bien fue Betancourt quién hizo tendencia la famosa frase cuando la usó en un saludo presidencial el Año Nuevo de 1960, la autoría no es suya.
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