
Lo que está ocurriendo con la apertura de restaurantes en Caracas y otras ciudades –aclaro que con algunos restaurantes– no tiene nada que ver con la cocina ni con la gastronomía. Se inscribe en lo que llamo la cocina como espectáculo y no es culpa de los cocineros. Al menos, no de todos. Las causas hay que buscarlas en la postmodernidad y el vacío cultural que impera en las artes, la literatura, el cine, etc., donde la diversión se impone al conocimiento, la imagen desplaza a la palabra y el vacío conceptual reina ante la carencia de ideas.
Pan y circo parecieran ser nuestras primeras necesidades. No en el sentido exacto romano, panem et circenses, cuando el emperador Julio César daba trigo y representaciones circenses gratis a los ciudadanos para obtener poder político, logrando despojarlo de su espíritu crítico.
Contemplamos como nunca antes un deterioro civilizatorio donde el contenido es cada vez más pobre, desnaturalizado, superficial, hueco. La cocina no escapa a la banalidad imperante. Asistimos al predominio de lo postizo, incluso en cuestiones de comida donde, más importante que lo que está en el plato, es el escenario donde se monta ese plato. Incluso una grúa.
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