Opinión | Rafael Lacava y la banalidad del mal, por Juan Miguel Matheus

“Los carabobeños tenemos una enorme responsabilidad que debemos asumir con sentido de futuro y de reconstrucción de patria. (…) Drácula pretende imponer con su verbo y con su acción una moral pública de procacidad e intemperancia que no representa los valores de la venezolanidad”.

Han pasado casi sesenta años desde que Hannah Arendt publicó -en 1963- su célebre libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. El texto recoge los reportajes de Arendt como corresponsal del diario The New Yorker para el juicio celebrado en contra del funcionario nazi Adolf Eichmann; un juicio organizado por el Estado de Israel para juzgar crímenes de lesa humanidad perpetrados en contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial.

Palabras más, palabras menos, Eichmann fue el encargado de mantener el funcionamiento operativo de los campos de concentración en los que se exterminaron a millones de judíos. Su responsabilidad moral era incuestionable. Sin embargo, a lo largo del juicio Arendt constata la puesta en escena de un personaje cínicamente monstruoso. Una conciencia abolida sin ningún atisbo de culpa o sentimiento de mal por haber sido el principal ejecutor de la “solución final a la cuestión judía”. Eichmann se tenía a sí mismo por inocente. Incluso, por patriota y por hombre honrado que alojaba en su alma la satisfacción del deber cumplido…

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