Opinión | La mirada en el otro: la mejor autoevaluación, por Álvaro Benavides La Grecca

La mirada expresa y claramente dirigida a los ojos de nuestro interlocutor crea vínculos muy eficientes que incrementan la atención y la comprensión de las ideas que comunicamos a nuestras audiencias. La mirada puesta en los ojos del otro establece, además, un ambiente de franqueza que agrega mucho valor a nuestras relaciones y nos hace más creíbles ante los demás.

La clave está en administrar estratégicamente la duración de la mirada, puesto que mantenerla fija durante mucho tiempo puede producirle al otro una inconveniente sensación de intimidación.

Lo mismo que sucede con el lenguaje escrito, en el oral también debe haber pausas para hacer más digerible y comprensible el sentido de lo que decimos. Las pausas forman parte de los discursos escritos y orales. Cuando escribimos nos valemos de los signos de puntuación, que usamos a discreción según sea la necesidad de separar más o menos las ideas respecto del curso narrativo y la intención del mensaje que escribimos: comas, puntos, etc. Cuando hablamos debe ocurrir lo mismo, solo que las pausas del discurso son los silencios que usamos para distanciar las ideas, dar relevancia a lo expresado y organizar mentalmente la siguiente idea. Esas pausas serán más o menos breves de acuerdo con la complejidad e importancia del mensaje y la conducta que, gracias a que lo estamos mirando, percibimos de nuestro interlocutor.

Puede tratarse de evidentes signos de desacuerdo, incomprensión, sorpresa, duda, atención, desatención, aprobación y otros muchos que el interlocutor transmite corporalmente, los cuales nos sirven como señuelos para abundar en algún asunto, repetir las ideas, explicar nuevamente lo que consideramos relevante, formular preguntas para comprobar si ha quedado claro lo que deseamos comunicar.

Desde el punto de vista del otro, el beneficio mayor que genera este tipo de conexión visual en el interlocutor quizá sea el hecho de que le estamos haciendo saber que nos interesa, que queremos llegar a su entendimiento porque necesitamos su activa participación en el acto comunicativo.

En cuanto al emisor del mensaje, enfocarse de esta manera en el otro hace más fácil y fluido el proceso de búsqueda y selección de las palabras correctas ordenadas correctamente para comunicar sus mensajes. Con esta práctica, el otro se convierte en el mejor instrumento posible de evaluación de su propio desempeño, con la inmensa ventaja de que ocurre en tiempo real, lo que le permite aplicar los ajustes que sea menester para expresar con más contundencia sus mensajes y persuadir mejor a sus audiencias.

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