
Todos miramos con desconcierto el nuevo país que se nos viene apareciendo. Aunque no nos guste la frase “Venezuela se arregló”, hay muchos indicios de que ya el país no está paralizado como en 2019. Quizá lo más visible es el regreso del tráfico; aunque no se parece aun a lo que vivíamos hacia 2012, ya no podemos atravesar Caracas en veinte minutos en hora pico, como lo hacíamos desde 2018 hasta hace pocos meses. Abren locales nuevos, y no me refiero solo a los restaurantes de lujo que abundan en el Este de la ciudad; también en el Centro se inauguran negocios: modestas tiendas de ropa, farmacias, bodegas. La actividad comercial crece y se expande por toda la ciudad.
Al mismo tiempo, por las calles podemos ver muchos niños sin uniforme escolar, jugando en el horario en que deberían estar estudiando o se reportan en los barrios populares escuelas alternativas en casas de las maestras que por diversas razones dejaron de trabajar en nuestro sistema público de enseñanza. Los trabajadores protestan pidiendo aumento de sus salarios que no alcanzan, y las comunidades piden luz y agua potable. Siguen muriendo pacientes por falta de medicinas y tratamientos. Parece mentira que los dos fenómenos coexistan y sean la descripción de un mismo lugar. Pero estas son las dos caras del país que nos va quedando.
No es fácil comprender que una economía pueda crecer en medio de la persistencia de tanta penuria, pero este es el modelo que pugna por imponerse. Y ese retrato confuso y complicado es lo que nos muestra Encovi 2022.
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