
“Sus cualidades de autor de una obra digna de especial reconocimiento lo han llevado hasta la cumbre del Premio Cervantes, cuyo jurado describió los sólidos merecimientos del creador nacido en Barquisimeto. (…) al viandante dispuesto a luchar sin estridencias contra la barbarie”, Rafael Cadenas.
En Salamanca, cuando Rafael Cadenas recibió el Premio Reina Sofía de las Letras, tuve ocasión de presenciar un testimonio de afecto que traspasa los límites de la literatura para adentrarse en los territorios de la reverencia cívica, o del cariño de los venezolanos sencillos, para no ponerme solemne al escribir lo que pretende ser un testimonio de respeto por un compañero de camino que lo merece de sobra.
Estábamos en un bar de estudiantes celebrando el Premio, cuando apareció un joven caraqueño cursante de ingeniería que quería saludar al poeta. No había leído sus trabajos, confesó, pero lo había visto caminando por los pasillos de la Escuela de Letras de la UCV rodeado de alumnos a quienes escuchaba como un miembro más del grupo, y eso se le grabó en la memoria. Después apareció una muchacha que hacía un doctorado en artes, y que trabajaba de mesera en un cafetín cercano, que solo quería tomarse una foto con el homenajeado para mandársela a su mamá que vivía en Quíbor.
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