
A seis meses de su llegada a la presidencia de Chile, Gabriel Boric está frente a un naufragio.
Presionado por la inseguridad y la violencia desatada en el sur del país, desprevenido ante el avance de la crisis económica y apremiado por la urgencia de salarios dignos, mejor educación y la reforma de las pensiones, Boric ha visto desplomarse su capital político cuando apenas intentaba desplegar sus velas.
El apabullante rechazo del domingo (62% en contra) al proyecto constitucional, por el que puso toda la carne en el asador, lo coloca frente al tremendo desafío de dar un golpe de timón para reconducir su gestión y el proceso de ese nuevo contrato social y político al que aspiran los chilenos para reemplazar, al fin, la constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet.
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