
La mayoría de los productos que comemos entraron primero por la medicina y luego pasaron a la cocina. Las hierbas y las especias, por ejemplo. Un proceso lógico que tiene que ver con el hambre y la nutrición en un mundo donde la mitad se moría de inanición mientras los poderosos se morían de gordos. En sus comienzos, por ejemplo, recomendaban el azúcar para subir de peso. Algo parecido pasó también con el chocolate que cautivó a los europeos y se popularizó su consumo cuando se le agregó azúcar y leche a su preparación.
Regularmente vemos en la prensa artículos destacando las bondades del chocolate como nutriente bueno para combatir diferentes enfermedades y carencias con recomendaciones que parten de nuevos descubrimientos científicos. Todos prometen un poco de felicidad con solo un mordisco de una modesta barra.
Hace un par de siglos, el descubrimiento del chocolate fue una verdadera revelación. Investigando sobre el tema, me topé con un libro curioso y sorprendente, publicado en 1796, en la imprenta real de Madrid, escrito por el Lic. Don Antonio Laverdan, Cirujano del Exército, y de la Real Familia de S.M.C., titulado Tratado de los usos, abusos, propiedades y virtudes del Tabaco, Café, Té y Chocolate.
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