
Caracas.- Así como la protesta de los docentes por el pago del bono vacacional y para exigir derogar el instructivo de la Onapre dejó lecciones algunas visibles y otras no tanto –el gobierno tiene capacidad de respuesta luego que un evento lo sorprende- el ajuste del dólar que vivimos la última semana de agosto también dejó las suyas.
Una no visible es que la sociedad valora mucho la estabilidad que hay en Venezuela. Verdadera, falsa, chucuta, “de los oprimidos”, amplia, limitada, democrática o no, lo que sea, pero todos –insisto, todos- los grupos se aferraron a ella durante el aquelarre cambiario. En otros años, había más disposición para el conflicto o para la incertidumbre. Ahora no. Se quieren certidumbres. Fuera de los tradicionales y ahora menguados “tira la piedra y esconde la mano” o los que todavía esperan por la “chispa que encienda la pradera” mientras hablan de la “agitación” desde tuiter, nadie quiere problemas. Reitero, nadie.
Dos razones lo explican a mi modo de ver. La primera, nuestra vivencia de la crisis. Nadie quiere evocar el pasado de escasez, hiperinflación, e intenso conflicto. Tampoco el apagón de marzo de 2019. Cuando hay apagones más o menos amplios, leo en tuiter mucha ansiedad. Zozobra que el recuerdo del corte de 2019 despierta. Nos aterra que una situación así vuelva a suceder.
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