
Por JULIO BOLÍVAR
No son muchos los libros de cocina sobre una región o el país culinario que se publiquen en Venezuela, más allá de recetarios, como en bebidas, vinos y cocteles. Libros que reflexionen o mediten, o simplemente recojan el gusto pensado sobre nuestra comida, son las excepciones.
Un pequeña lista arbitraria puede mostrar lo que se conoce hasta ahora desde la última mitad del siglo XX hasta lo que va del XXI: Sumito Estévez con sus dos tomos Diario de un cocinero, en donde reunió sus artículos publicados en el diario El Nacional, o Rafael Cartay con una amplísima obra sobre las cocinas de regiones cómo Mérida y Barinas, además de su trabajo caleidoscópico sobre el país y sus platos emblemáticos, en Entre gustos y sabores, o la Despensa afrovenezolana, primer libro sobre la presencia de África en nuestra cocina; Ocarina Castillo y su sostenida labor en el diplomado de Antroposabores en la UCV y especialmente su último libro junto con Esther Sánchez Botero de Colombia, Colombia y Venezuela, historia, alimentación y saberes compartidos, en donde desarrolla una amplia investigación sobre nuestra composición culinaria de encuentros y diferencias con el país de al lado; o el cuarteto de libros de Miro Popic, que recorre el país que somos hasta llegar a los hábitos de consumidores de whisky que asumimos con orgullo. Y antologías sobre nuestra diversa gastronomía recogido por fundaciones como Venezuela en positivo, o Las razones del gusto compilado por el escritor Karl Krispin.
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