
Caracas. «-Prepárame el decreto y vamos a expropiar a Cargill. No vamos a tolerar. Si las empresas Polar, podrán creer sus dueños que tienen sangre azul, no entran por la goma, señor Lorenzo Mendoza , los vamos a expropiar. Se lo estoy alertando. Vamos preparando los decretos, Elías Jaua, usted me los tiene ahí. Uno tras otro…».
Como una mala imitación de Fidel Castro cuando anunciaba las expropiaciones de todas las empresas privadas en Cuba y cada vez que mencionaba una, la gente le respondía eufórica «!se llamaba!», el presidente Hugo Chávez quiso calcar esa fórmula que -vaya calamidad-, nunca había funcionado en la isla, empobrecida tras 60 años del socialismo. Pero contagiado con la enfermedad infantil del izquierdismo, Chavez insistió en imponer para Venezuela el mismo miserable destino.
Una a una, con el mismo derecho de quien reparte una herencia, el presidente usó alguno de sus domingos para anunciar cada nueva expropiación como un logro económico propio. Una a una, hasta llegar a 25 grandes empresas indispensables para el país, prometía ponerlas a funcionar en manos del gobierno, una debacle anunciada que a la larga sufrimos todos. Se dejó de producir alimentos (a excepción de la Polar), papeles, maquinarias, tubos, cemento, cualquier cosa y hasta lo inimaginable, porque también cayó la producción de petróleo, gas y electricidad. La tormenta perfecta que hoy seguimos padeciendo.
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