
Por Milagros Socorro en La Gran Aldea
El populismo, ya se sabe, requiere constantes escenificaciones públicas. Ya para perseguir e inhabilitar adversarios, ya para adular y distraer al pueblo, ya para legitimar al actor político que protagoniza el show (o todos a la vez). Y, como la estrategia está mellada de tanto uso, cada vez debe revestirse de mayor desafuero para tener algún impacto. Esta es la razón por la que la reciente aparición de Nicolás Maduro, en el Teresa Carreño, fue una simulación de descontrol emocional.
El populista necesita una puesta en escena marcada por los excesos y, como es característica en ellos, no presentar reparos al ridículo, en cada aparición aumentan la apuesta y llevan los límites un poco más allá. Esta vez, Maduro, apoltronado, protegido por un mesón como un toro timorato tras el toril, gritó ante el público y la televisión: «Estamos bien arrechos con lo que está pasando allá [en Argentina, donde un tribunal retuvo un avión de Conviasa] y bien indignados por el robo del avión. Ya basta de abusos contra Venezuela».
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