
No he vuelto al ballet.
En cada bailarina que aparece la busco, la encuentro entre las morenitas, imagino que ella sería así, y sin poder controlarlo, comienzo a llorar.
Me ha dado pena, es absurdo estar desecha en llanto viendo el Cascanueces o Coppelia, pero es que lo que me hace sentir esa tristeza opresora no es el arte, es que mi hija está muerta, y la lloro.
Dejé de ir al ballet para no exacerbar la tristeza. Una vez le dije esto a alguien y se echó a reír, nunca entendí qué pudo hacerle gracia.
Desde la madrugada del 25 de abril de 2002, hace veinte años, ando con este dolor que es un suplicio, un duelo eterno. Es un dolor que revive a cada rato. Cumpliría veinte años; cuando veo a una muchacha de esa edad pienso que podría ser una amiga de Lucía, que así estaría ella.
Por Mari Montes en Prodavinci