
La banca venezolana demostró habilidad para flotar sobre la recesión que redujo a la cuarta parte el tamaño de la economía y la hiperinflación que destruyó la confianza en la moneda, pero la contracción del crédito comienza a minar la rentabilidad.
Para drenar liquidez y evitar que haya préstamos que alimenten la demanda de dólares desde 2019 el Banco Central obliga a los bancos a inmovilizar la mayoría del dinero que gestionan, actualmente, el 73% de los depósitos.
El resultado es una economía primitiva con escaso financiamiento donde las empresas reciben pocos préstamos para soportar la producción y millones de venezolanos tienen tarjetas de crédito inservibles, con las que no pueden comprar una hamburguesa.
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