
Por Rodolfo Izaguirre en El Nacional
La historia se refiere a la apacible pero endiablada relación de pasividad e intolerancia vivida en Londres por dos hermanos sesentones nacidos en algún pueblo de Inglaterra. George, jubilado de la compañía de transporte, gordo y mofletudo, se la pasa todo el santo día en pijama calzado con las pantuflas que compró años atrás en las únicas vacaciones que pasó con su hermana en las Canarias, disfrutando en la mecedora con la lectura de The Daily Telegraph, periódico de centro derecha, resolviendo palabras cruzadas y crucigramas o disfrutando con sonrisa ambigua alguna revista porno, como un perfecto holgazán mientras la hermana, pequeña, delgada, nerviosa y experta en oficios del hogar, ama de casa desde que era niña, se afana en la limpieza de la acogedora casita de dos plantas y un minúsculo aunque bien cuidado jardín donde viven desde hace años.
En los inicios de su insípida vida de soltera compartida con su hermano, Patricia preparaba el desayuno y el almuerzo que George llevaba diariamente al trabajo y en la tarde, al regresar a casa, maldiciendo su «duro oficio» de vivir, entraba al baño a ducharse, se ponía la pijama y las pantuflas y se sentaba en la mecedora a leer el periódico, la revista porno y a esperar la cena. Jamás se le vio ayudar a la hermana, fregar un plato o llevar uno a la cocina y mucho menos cambiar un bombillo, pasar la aspiradora por los cuartos o por el salón, cambiar las sábanas, reparar lo reparable o limpiar la jaula del canario. George era un bueno para nada, un perfecto gandul, un ser apático, vago e indolente, apenas levantaba los pies para que la silenciosa hermana pasara la escoba o la aspiradora.
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