
“No temáis a la grandeza, algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”.
William Shakespeare
Quizá sea la actual sequía en el liderazgo de oposición, la inusitada rapidez con que los liderazgos suben y se desploman, el sentirnos como un barco que navega a la deriva, lo que ha provocado la añoranza por Rómulo Betancourt, reivindicado con pasión por quienes fueron no simples detractores sino sus enemigos en la lucha armada para derrocarlo. Es difícil encontrar hoy analistas, politólogos, dirigentes de distintas áreas, que nieguen la impronta de Betancourt en la forja de la democracia que vivió Venezuela desde el Pacto de Puntofijo hasta la aventura golpista de Hugo Chávez.
Con Carlos Andrés Pérez (CAP) las emociones fluyeron de manera distinta. A CAP se le admiraba o se le detestaba, los términos medios no parecían posibles. Han tenido que transcurrir algo más de dos décadas desde la entronización del chavismo para que la figura tan controvertida del presidente que sobrevivió a un intento de golpe militar, pero sucumbió ante un golpe civil, sea hoy reivindicada. Cuando el calendario indica que el próximo 27 de octubre CAP cumpliría 100 años de edad, ya ni el chavismo que hoy pretende ser representado por Nicolás Maduro, se atreve a “no patear perro muerto”, como dijera Chávez ante la muerte de Pérez.
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