
Caracas.- Escuchar a Jesús Faría es casi una exploración antropológica: en lugar del látigo de Indiana Jones uno puede excursionar en el personaje armado de una grabadora y salir luego de la caverna, donde habitan Farías y el mundo de sus ideas, directo al Museo de las Víctimas del Comunismo que se acaba de inaugurar en Washington D.C., para colaborar con algunos de los aportes teóricos de este personaje. Aportes que deben tener polvo acumulado desde la Revolución de Octubre rusa, por allá en 1917, cuando se fusiló al Zar Nicolás y sus cinco hijos pequeños, toda una muestra de que aquel asunto, a la larga, no iba a pintar tan bien.
Como ejemplo, bastaría eso que acaba de decir con aquella naturalidad: «El que tú tengas un poder y una capacidad para comunicarte con la población, no te da a ti las facultades para decir lo que a ti se te parezca». Aunque quizás quiso referirse al derecho, que está amparado en la Constitución de nuestro país y que ha sido violado con el bloqueo a 36 portales de noticias porque a los comunistas de alma, como Faría y sus amigos, no les gusta tanto que los ciudadanos estén informados sobre lo bueno, lo malo y lo feo que hagan cuando gobiernan. Así como -y solo en Venezuela-, se han dedicado también a cercenar el conocimiento y la educación en general, destruyendo universidades, escuelas y atomizando el salario de maestros y profesores, todo un peligro potencial para quienes aspiran a gobernar a un pueblo ignorante y desinformado, su militancia favorita.
Pero lo cierto es que para defender su metida de pata, Faría trató de ir más lejos y se enredó:
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