
Por Alonso Moleiro
Desde una perspectiva amplia, y tomando todos los cuidados que exige la distancia, la elección de Gustavo Petro como Presidente de Colombia luce, al menos, explicable, y la llegada de la izquierda al poder podría expresar un interesante síntoma de crecimiento y fortalecimiento del espacio institucional colombiano.
Ciertamente los riesgos son grandes, la estabilidad podría perderse, el peligro de la polarización fanatizada aumenta y la conflictividad cotidiana podría agravarse con un gobierno de izquierda como el de Gustavo Petro en Colombia. Tanto Petro -un político astuto y con conocimiento de las claves del ejercicio público moderno- como las instituciones colombianas, sin embargo, tienen frente a sí un reto, no tan imposible de concretar después de todo: metabolizar las consecuencias en torno a lo que, finalmente, no es más que un giro de rutina que ofrece el péndulo democrático en su eterno trayecto entre la izquierda y la derecha, que el mundo civilizado ha decidido dirimir a través de consultas populares.
La larga hegemonía de gobiernos conservadores o semi-conservadores en Colombia puede haber producido un desgaste que es natural en el ejercicio del poder y la política, y el carácter crónico de ciertos problemas sociales y económicos en una sociedad particularmente estratificada puede haber producido un hartazgo comprensible ante determinada manera de hacer las cosas. Este cansancio ya se había expresado con violentas protestas callejeras en el tiempo reciente…
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