Prodavinci | María Fernanda Di Giacobbe, la gran cacao

Fotografía de Gaby Oraá | RMTF

POR Faitha Nahmens Larrazábal en Prodavinci

Acaso la cocina, la única parte de la casa que no fue remodelada contenga un portal secreto para viajar en el tiempo, porque es posible ver asomada a María Fernanda Di Giacobbe desde sus ocho años, empinada al borde de los burbujeantes pucheros de los fogones de su otra casa, la de infancia. Y saber además —los ojos fijos, los dientes volados— en qué está pensando: en que quiere escabullírsele al destino, al parecer insoslayable, de los fogones. “¿Por qué no puedo ser navegante galáctica?”.

Mientras explica la grande, la gran cacao, qué contiene el aromático brebaje que rescata de la candela, “puras yerbas curativas” sobre cuyo perfume vence el del papelón, su recuerdo surge casi líquido, con faldita al vuelo: ella de ocho corre para tomar lápiz y papel. Le escribe a la Nasa: “Señores, quiero ser astronauta”.

—Sí, me respondieron y todo —dice colando la infusión verdosa.

Que siga leyendo a Julio Verne, le aconsejan. Que escriba de nuevo cuando crezca, porque la carrera espacial no la para nadie, y menos después de lo ocurrido cuando ella tenía cinco: la famosa caminata de los del Apollo 11 por entre los cráteres. Que la Luna, niña, es queso comido. ¡Pero qué cosa! Todo la remitirá al ámbito culinario.

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