
Es muy comprensible que la izquierda del mundo entero celebre con entusiasmo el triunfo de Gustavo Petro. Al considerar que este derrotó a un verdadero esperpento del más grotesco populismo de derecha, es más fácil aún entender tanta alegría internacional. Este absurdo empresario corrupto, Rodolfo Hernández (cuyo modelo político eran Trump, Bolsonaro y Bukele), que según sus propias palabras “se limpiaba el culo con la ley” y que llegó a declararse admirador “del gran pensador alemán Adolf Hitler”, era la encarnación de un muñeco de paja. Petro, de algún modo, se enfrentó y derrotó a la caricatura de una caricatura. Esto, sin embargo, no convierte al ganador de las elecciones en Colombia en un estadista.
Voy a intentar explicar por qué no confío para nada en Gustavo Petro, aunque hacerlo antes de que este empiece a gobernar tiene las características de una intuición, si quieren de un temor o una injusticia, y no de una certeza. La certeza solo se podrá tener cuando él gobierne al país realmente, y cuando Colombia haya experimentado por lo menos la prueba de algunos meses de su gobierno. Mientras tanto hay que darle, como a cualquier otro gobernante, el beneficio de la duda.
Antes de experimentar su verdadera forma de gobernar, no podré ir mucho más allá de esa famosa rima infantil atribuida al poeta satírico inglés Tom Brown: “I do not like thee, Doctor Fell, / The reason why – I cannot tell; / But this I know, and know full well, / I do not like thee, Doctor Fell”. Esta, a su vez, proviene al parecer de un epigrama de Marcial: “Non amo te, Sabidi, nec possum dicere quare. / Hoc tantum possum dicere: non amo te”. O sea: “No me gustas, Sabidio, y no puedo decir por qué. / Esto es todo lo que puedo decir: no me gustas”. Siguiendo estas huellas clásicas, me atrevo a rimar: No me gustas, señor Petro, / y mi motivo es incierto. / Mas lo repito, y acierto: / No me gustas, señor Petro.
Lee más en El País