
Sobre el fracaso de la Cumbre de las Américas ya se ha dicho todo. Ha sido la reunión de presidentes peor organizada desde que en 1994 Bill Clinton convocó a sus pares del hemisferio para acordar iniciativas sobre integración económica y fortalecimiento de la democracia. Era difícil imaginar una Cumbre de las Américas más anodina en su concepción o más mediocre en su ejecución de las que ya habíamos visto durante estos 28 años. Pero Biden y su equipo lo lograron. Para este fracaso contaron además con la gran ayuda de los miopes líderes que hoy gobiernan a América Latina. Esta edición de la Cumbre de las Américas ha sido un vergonzoso torneo de mendacidad, hipocresía, necrofilia política y desbordada mediocridad burocrática.
La oportunidad de proteger las agrietadas democracias de la región o lanzar ambiciosas iniciativas comunes que pongan a crecer sus anémicas economías se perdió. La Cumbre se consumió en las negociaciones acerca de la lista de invitados. La Casa Blanca había correctamente decidido no invitar a gobiernos que abiertamente encarcelan y torturan a quienes se atreven a disentir del gobierno y sus líderes políticos. Esa decisión no fue bien vista, entre otros, por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, (AMLO) quien dijo que no iría si se excluía a Cuba, Nicaragua y Venezuela. El hecho que los actuales gobiernos de esos países excluyen salvajemente a quienes discrepan de ellos, imponiéndoles largas condenas de cárcel, y en ciertos casos los torturan y asesinan es obviamente un detalle secundario para AMLO. Otros países se hicieron eco del mexicano.
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