Opinión | Una historia de tantas, por Laureano Márquez P.

Como diría Aquiles: «al levantarse el telón se ve en escena una cena». Estamos de gira en Estados Unidos y cenando en un restaurante –muy concurrido y con justicia celebrado–, hay mucho personal en el servicio de origen latino; es evidente que el dueño, un famosísimo chef español nacionalizado estadounidense, José Andrés Puerta, les brinda preferencia y apoyo.

Nos fijamos en la señora que recoge los platos en las mesas, que levanta una carga muy pesada para su endeble contextura. En la antesala del restaurante, durante la espera, los comensales habíamos estado conversando, casualmente, sobre el tema del creciente número de inmigrantes latinoamericanos, de sus dificultades en este inmenso y complejo país, de lo solos que se encuentran, del problema con el idioma que muchas veces los incomunica, de lo desapercibidos que pasan por su condición de aliens, mientras realizan las más duras tareas. Haciendo honor a nuestra conversa, le buscamos fiesta a la señora por tener con ella un gesto amable de cariño, reconocimiento y solidaridad. Comenzamos con tonterías:

–¿Cómo puede meter en esa bandeja tantos platos? ¿Nunca se le caen? ¿Ah, pero además se va a llevar los vasos? En cualquier momento carga con nosotros también.

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