Opinión | Anita: fibra, garra, pasión, por Carolina Jaimes Branger

Foto Ana María Arévalo Gosen

Se llama Ana María Arévalo Gosen, pero para quienes la conocemos, la queremos y la admiramos es, simplemente, Anita. Para mí, es mucho más que eso, porque es una sobrina que me regaló la vida. La conozco desde que nació, su tía es como hermana mía y la he visto crecer y desarrollar su talento hasta llegar a ser la gran fotógrafa que es hoy en día.

El jueves a final de la tarde asistí a la inauguración de su primera exposición en Venezuela: una serie de fotos del proyecto Sinfonía Desordenada, esa maravillosa simbiosis que lograron Horacio Blanco junto a Desorden Público y la Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, dirigida por la gran Elisa Vegas. Ese dúo de Anita con Elisa me encanta, porque es sencillamente indetenible.

Anita se fue de Venezuela en 2009 -como tantos otros jóvenes. Y aunque sigue radicada fuera -ahora vive en Bilbao- siempre regresa. En 2019 lo hizo para documentar lo que sucede dentro de las cárceles de mujeres en nuestro país. Un trabajo duro, doloroso, en ocasiones desgarrador. “Hay que ser muy valiente para ser una privada de libertad en Venezuela, sobre todo psicológicamente”, me dijo cuando la entrevisté en aquella oportunidad. Este trabajo le valió una asignación del Pulitzer Center On Crisis Reporting en 2021 y otra del Women Photograph en alianza con Nikon en 2018Por esta serie sobre las condiciones de las mujeres en las cárceles y la prisión preventiva en América Latina, «Días Eternos», ganó el premio Leica Oskar Barnack y el premio Camille Lepage en 2021.

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