Opinión | Sin orden ni concierto, por  Rodolfo Izaguirre

vasco
Elisa Lerner / Vasco Szinetar ©

Vuelvo a  decirlo: mi verdadera historia comienza cuando la comadrona al yo nacer me alzó y dijo, sonriente, que yo parecía un cochino inglés y luego, en el liceo Fermín Toro, a finales de los años cincuenta, cuando tuve o encontré la fortuna de conocer a Adriano González León, a Luis García Morales y a Elisa Lerner y ver correr por sus pasillos a Herman Hesse, a Arthur Rimbaud, a Eduardo Mallea, el argentino de Bahía Blanca, a Franz Kafka y a otros amigos pintores, músicos o escritores porque íbamos a crear junto a Salvador Garmendia, Guillermo Sucre, Perán Erminy y Gonzalo Castellano, muerto en plena juventud, el grupo Sardio, renovador de la literatura venezolana. Desde entonces, para muchos de nosotros, el nombre de Elisa Lerner es intocable. Es dueña no solo de un idioma decididamente envidiable sino de una manera personalísima de llevarlo a la escritura. ¡Tengo desde luego mil otras maneras de sentirme afortunado: haberme encendido de amor por Belén Lobo y apasionarme por el cine son algunas, pero con Elisa, la palabra y las venturas y desventuras del país que me vio nacer y abrigado por la ilusión del ballet y de la literatura logré afirmarme e iniciar el arduo y difícil conocimiento de mí mismo.

Se dice que los mensajes electrónicos de Elisa deben guardarse como tesoros de idioma porque asombran por la precisión y riqueza del lenguaje. En una ocasión escribió para decirme que la estaban invitando a un acto que sospechaba se sentiría maltratada políticamente. Le contesté diciendo que no fuera. Respondió enseguida con apenas dos palabras: «¡Aduciré cansancio!» Yo tengo noventa años y jamás he conjugado el verbo aducir, pero Elisa lo hace, quiero decir, es dueña de un lenguaje rico y espléndido capaz de armar un prodigioso tejido de palabras que poseen el valor de desafiar al mundo. Es lo que explica la existencia o aparición de Sin orden ni concierto, 2022, un nuevo libro suyo que enriquece una bibliografía compuesta de crónicas que se permiten ser ginecológicas, discurrir sobre divas y personajes del cine, sorprender sonrisas que se esconden detrás de los espejos y ofrecer relatos y dos novelas: en una de ellas la muerte es lenta y en la otra se descubre a una señorita que amaba por teléfono.

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