
Dicen los diccionarios que se copian unos a otros que el ego es una «instancia psíquica mediante la cual una persona se reconoce ‘como yo’ y empieza a ser consciente de su propia identidad». Yo extravié la mía desde el momento en que hace años me encendí de amor por Belén Lobo, muy conocida en el mundo de la danza y pasé a ser el Señor Lobo, sin saber que poco mas tarde y hasta el final de mis días iba a convertirme en eI «papá de Boris». La presencia de Boris es dominante, pero también la he perdido con Rházil y Valentina, mis otros hijos y con Juan Delcán, su adorable esposo y luego con Verónica y Claudia las dos bellas nietas que me han regalado RházIl y Charo, la afortunada hija de asturianos. ¡Una bella familia para desterrar cualquier tipo de tristeza!
Estoy convencido de que debo tener dentro de mí, como todo el mundo, un ego apreciable pero en modo alguno jactancioso o altivo porque desde niño arrastro lo que se ha dado en llamar un bajo perfil, es decir, una conducta serena y apacible, de bandera entregada, de ésos que acatan y aceptan la palabra de los mayores moviendo la cabeza de arriba abajo. Niño travieso pero obediente; adolescente intelectual pero callado y sin tropiezos, silencioso lector y tuve que esperar cincuenta años para descubrir que tenía y tengo un Yo suficientemente preparado para descifrar enigmas y resolver problemas. Cuando desperté esa mañana le dije a mi mujer: ¡Hoy cumplo cincuenta años! A partir de este momento diré Sí cuando tenga que decir ¡Sí! y No cuando deba decir ¡No! porque hasta ahora siempre he dicho lo contrario. Y lo primero que hice fue decirle ¡No! al Partido Comunista del que fui solo compañero de viaje, un ñángara sin rumbo y reconocí sin que me temblara la voz y sin ser militante de Acción Democrática que Rómulo Betancourt tenía razón.
Lee más en El Nacional