
Laureano Marquez|@laureanomar|Abril 27, 2022
Aquiles Nazoa murió el 25 de abril de 1976, domingo para más señas y fue sepultado al día siguiente el 26 de abril, curiosa coincidencia, en el día internacional del humor. Los lunes nosotros, los de 1ºB en el colegio San José de Maracay, teníamos clases de castellano y literatura con la profesora «de Vargas». Cuyo apellido recuerdo, casualmente, por un chiste que ella hizo el primer día de clases: «yo no estoy casada con ningún señor apellidado Castellano, por lo tanto, soy la profesora ‘de Vargas’, no ‘de Castellano’» (el humor en la enseñanza es una gran cosa, queridos maestros).
Después de pasar lista, nos dijo: «ayer falleció Aquiles Nazoa». Al ver, en nuestras caras de desconcierto, que no sabíamos de quien estaba hablando, cerró el libro y abrió el diario “El Nacional” y leyó un poema que acompañaba la reseña de la noticia: «Amor, cuando yo muera». La clase entera estuvo dedicada a ese personaje al que estábamos conociendo, justamente el día de su partida, con un poema humorístico sobre su propia muerte. Fue la primera vez que vislumbré la trascendencia del humor.
Las mismas autoridades que eran destinatarias predilectas del agudo y crítico humor de Aquiles, se ocuparon de su sepelio. Fue velado en el Aula Magna de la Universidad Central y llevado a la plaza Bolívar, al Concejo Municipal de su Caracas natal, en medio del afecto popular. El entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez, lo condecoró post mortem. Cuando conocí esta historia, también comprendí que humor y tolerancia van de la mano, que el humorista no quiere asesinar a nadie, solo sueña con un mundo algo mejor.
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