
Álvaro Benavides La Grecca
Un especial para el Caracas Press Club
Las guerras se disputan en varios tableros y con el fuego que disparan cañones de diversos tipos. Todo vale, se dice. La de Putin contra Ucrania comenzó con una brutal violencia material de dantescas dimensiones contra poblaciones desguarnecidas en la masacrada Ucrania, que, a pesar de tanto, pronto sacó sus garras de plomo.
En ese tablero los que caen no se levantan.
Ya Putin aniquiló a sus muertos, es un hecho. Pero, ¿y los vivos?, ¿dónde están los vivos?, ¿quiénes son los vivos?
En el escenario de la opinión pública global, el resultado del combate parece tener otros modos, tiempos y consecuencias, que atinan sobre blancos menos inmediatos, pero de mucho valor estratégico cuando vemos cada batalla, cada paso, contextualizados en los medianos y largos plazos.
A poco más de un mes de distancia, un vistazo a la repulsa universal contra la invasión pone en evidencia que a Putin lo han alcanzado torpedos que, no obstante parecer balas de salva, han permitido a numerosos analistas de aquí y de allá aventurarse a afirmar que a estas alturas ya es un hombre derrotado.
Justamente con este premonitorio titular Putin ya ha perdido, el diario francés Le Parisien, en su edición de este miércoles 30 de marzo, publica unas declaraciones de Alexander Adler, historiador francés, periodista y experto en geopolítica contemporánea, la antigua URSS y Oriente Medio:
Para Putin, que puso un contrato sobre la cabeza de Zelensky, haber sido obligado a negociar es una admisión de debilidad. Hay un olor a derrota.
Cada discurso tiene su resultado. El de las balas es uno y deja muerte, es cierto. Como parte de un proceso indagatorio que me facilite la comprensión integral del asunto, me pregunto: por cuántas muertes, ¿cuántos se levantan que solo lo hacen por esa causa? Lo que es innegable es que son hoy muchos millones los que se han rebelado contra Putin, incluso algunos de pesos pesados en el seno de su círculo más íntimo.
El mismo Adler da los nombres de relevantes altos cargos del gobierno ruso que toman distancia del líder: Sergueï Choïgou, responsable de la política extranjera en el Medio Oriente y Sergueï Narychkyne, antiguo jefe de inteligencia exterior. Llega incluso a asegurar que
…es un secreto a voces que Sergueï Lavrov, el ministro de asuntos extranjeros, dejará el cargo después de esta crisis para instalarse en un apartamento que adquirió en New York.
Cada cual tiene las que tiene
Es menester procurarse de un inventario de habilidades. Putin adquirió las suyas en ese río de violencia que ha recorrido desde su juventud, cosa que indica que es precisamente en eso en lo que se considera bueno. Acaso en su intimidad se siente obligado heredero de tradiciones –incluso digno– que le han seducido desde siempre. Lo que sí se puede afirmar es que de esas aguas ha bebido hasta la borrachera.
La realidad nos muestra que hay campos minados cuyo recorrido seguro exige destrezas que no se adquieren con una pistola al cinto, ni con la foto de Iósif Stalin en un escritorio.
Que lo recuerde Putin. Le convendría. El terror que sembró ese bigotudo santón, uno de sus mentores mayores, fue tan grande entre los suyos que nadie se atrevía a interrumpirlo sin su autorización, bajo ninguna circunstancia. De allí que la agonía lo haya cercado en la miserable soledad de su soberbia. Estuvo postrado, solo, durante horas, – los vengadores, en su cobarde enmudecimiento, se habrán solazado al saber que el jefazo estaba consciente mientras sufría plenamente su tragedia– hasta que un osado emisario sacó fuerzas que nadie más tuvo, venció el pánico que le erizaba la médula y entró a la casa de campo de Stalin, la dacha Kuntsevo, frente al mar Negro, a primeras horas del último día de febrero de 1953 para topárselo desplomado en el suelo. Los sirvientes de Stalin acarreaban agua desde ese mar hasta las alturas de la piscina privada del dictador. Puedo figurarme las asordinadas sonrisas de aquella servidumbre, cuando el 5 de marzo constataron que el hombre había muerto.
Fin de esta parte de la historia.
En esa avenida ancha como un ancho río que es la opinión pública, se participa con herramientas de inmenso poder. Poderes que en el largo aliento son capaces de llegar a ser más devastadores que los mismos misiles, o los hierros de la guerra, tan caros a los sentimientos amorosos del miembro vitalicio de la KGB que comanda hoy esta invasión sangrienta, inexcusable, inolvidable.
Nos referimos a la palabra justa, lanzada al viento en el momento preciso y en la oportunidad correcta. No parece ser precisamente Vladimir un contundente explotador del potencial de ese recurso, para lo cual se precisa una disposición que el totalitarismo aniquila, porque la palabra justa no es para el otro, sino con el otro, inconcebible giro analítico para una mente que solo puede entender de órdenes y obediencias ciegas, una actitud –cabe decirlo– que no necesariamente expresa niveles de locura, tal y como han asegurado algunos respecto de la condición mental de Vladimir Putin. Es una forma de vida que coexiste con la cordura.
Putin, como otros muchos all over, no reconoce la existencia del otro. El ego les oxidó esa función de alguna parte del cerebro que no desarrollaron a plenitud porque todo lo que hicieron y hacen fue y es exclusivamente para saciar su hambre de poder para sí mismos, solo para sí mismos.
La necesidad de los contrarios
Casi todos los componentes de la guerra son en realidad violentos enfrentamientos –con mucha sangre– entre contrarios. No hay conflicto sin oponentes. Eso ocurre en la guerra, en otras múltiples esferas de la vida real, pero también en la mejor ficción narrativa literaria: Una historia sin oponentes deja de ser una historia.
¿Es posible que Putin hubiese perfilado a su contrario? ¿O que más bien lo haya deslumbrado su fe, también ciega, en el número de cañones y haya llegado a concluir que no había nada que se pudiera haber hecho en su contra porque lo ilumina, lo presagia, la fe del fanático? Yo y solo yo soy el dueño y soberano de los hierros, quizá argumente en la soledad y el abandono que preludian un final que podría ser muy parecido a los de Mussolini, Hitler, o el del mismísimo Stalin.
Si no fue Putin quien imaginó a su contrario, lo que ocurrió entonces fue más inconveniente para el agresor: Los otros lo crearon por intermedio de la palabra de la opinión pública.
Se repite la historia de la vida: malos contra buenos. Los buenos de esta historia tuvieron, incluso antes del día uno, a alguien que los representa porque habla con la palabra que ellos sienten suya, la palabra que ellos quieren escuchar.
Volodímir Zelensky, de 44 años, nacido en la ciudad de Krivói Rog, unos 400 kilómetros al norte de la capital, aún antes de serlo constitucionalmente, ya estaba instalado en el imaginario popular ucraniano como presidente, como el rostro de quien preside a su país.
Hay terrenos en los que la ficción de una serie de televisión y la realidad son percibidas como partes de una misma cosa. Desde 2015 los ucranianos comenzaron a ver a un servidor del pueblo (así se llamaba la serie) que se mantuvo con ellos cada día, durante cuatro años, en las salas de sus casas, con la comida familiar, en los lugares de encuentro de la gente normal y corriente.
Para nada extraña, pues, que en las elecciones de abril de 2019 Volodímir Zelensky se haya apropiado del 73 por ciento de la voluntad electoral de sus compatriotas
A horas de la invasión –y desde entonces todo el tiempo– antes de salir de su boca, las ideas de Zelensky estaban instaladas en las mentes de los ucranianos y de millones de otros seres. El habilidoso comunicador ucraniano supo tomarlas y convertirlas en las palabras justas, utilizadas con certeza y contundencia desde la emoción que aglutina cuando se emplean con propiedad y oportunamente.
Es de tener en cuenta, cuidado si no, que a las palabras es indispensable soportarlas con la relevancia de los hechos, que en este caso han sido los cañones ucranianos que disparan balas que también matan a los invasores rusos. Es decir, en este caso las palabras de Zelensky no se las lleva el viento: las apuntalan los cañones, los hierros de la muerte que también sabe utilizar el presidente de los ucranianos y líder emocional de millones en todas partes.
Suelo tener cierta aversión a jugar a la futurología y por eso no lo afirmo tajantemente. Lo dejo como una pregunta al aire con la esperanza de que en algún momento consiga la evidencia objetiva que me permita esbozar una respuesta: ¿Saltará Zelensky al sitial que ocupan hoy en la mente de cientos de millones los Mandela, los Ghandi, los Lincoln que del mundo han sido?
De lo que sí estoy convencido es en sostener es que el nacido en 1952 en San Petersburgo, Rusia, jamás formará parte de ese panteón.