
Por Miro Popic|@miropopiceditor en TalCual
Como somos un país de memoria corta, tal vez ya no recuerden que el régimen anterior, precursor de este, firmó en el 2010, un convenio con el régimen ruso cuando Putin era primer ministro. Entre otras nimiedades, en ese acuerdo se contemplaba la siembra de esturiones para obtener en suelo patrio, en pleno fervor revolucionario, el más burgués, lujoso, exclusivo, costoso y goloso de los sibaritismos: el caviar. Lo anunció el propio difunto por cadena nacional.
Luego de que inventaran ponerle sal para conservarlas y los turcos le pusieran el nombre de haviar, de donde pasó al veneciano hasta que se hizo universal, el caviar se fue transformando en alimento de la aristocracia. Hay una vieja anécdota de cuando el rey de Francia Luís XV ofreció una recepción y el embajador del zar Pedro el Grande le regaló una caja de caviar. Cuando el monarca lo probó ¡lo escupió! Los franceses no tenían en esa época ni idea de qué era esa cosa rara y hoy en sus tiendas de delicatessen es lo que más caro se paga.
Con la llegada de la revolución de 1917, la aristocracia rusa se refugió en París y poco a poco fue imponiendo la costumbre de consumir caviar en las grandes fiestas de la Belle Epoque. Las huevas de esturión se transformaron en símbolo de lujo y despilfarro.
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