
Por Rodolfo Izaguirre en Curadas
Desde la librería Suma veíamos a Orlando Araujo saludar con el brazo extendido y el índice de su mano derecha indicando que iba hacia la avenida Solano de Sabana Grande y gritaba: !Sábado sensacional! en alusión al Vechio Molino, el bar que servía de sede a la República del Este y lugar de eventuales rencillas y ásperas discusiones de tragos.
Cuando fracasaron políticamente las guerrillas de clara inspiración cubana destinadas a derrocar el gobierno legítimo y democrático de Rómulo Betancourt, «un arroz con pollo, pero sin pollo», las calificó el propio Betancourt, los intelectuales que se comprometieron en la aventura se refugiaron en el Vechio Molino y crearon allí una República que sustituía a la que no lograron fundar con el apoyo de la violencia armada. Era una manera de burlarse de la auténtica República porque en la inventada se alternaban también seguidores que llamaban a elecciones, elegían a un presidente, a ministros y se complacían en darse golpes de estado.
Confieso que yo era uno de aquellos acelerados que pensaban derribar el «gobiernito» de Betancourt. Muchos de nosotros estábamos hipnotizados por la revolución cubana y caímos en sus trampas. El movimiento plástico y literario conocido como El Techo de la Ballena, un dadaísmo tardío pero de adorable y oportuna efervescencia del que me ufano por haber militado en él, actuó sin percatarme como brazo cultural de las guerrillas. ¡Reconozco que estaba equivocado! Quien tenía razón era Betancourt y no yo, pero sigo apreciando la irreverencia que sostuvo el Techo de la Ballena al remover furiosamente la apacible floresta cultural venezolana. El Techo de la Ballena se burló de los notables, santificó la necrofilia y fustigó la cursilería aferrada a muchas vertientes de nuestra cultura y se burló ácidamente del presidente de la república. Puede decirse que el Vechio Molino sirvió de techo a la Ballena.
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