Opinión | Américo Martín, una lección de honestidad y rectificación, por Milagros Socorro

Por Milagros Socorro en La Gran Aldea

La salida triunfal de Américo Martín (1938-2022) ha puesto en evidencia una valoración más que positiva del político culto, afable, accesible, (hasta para desconocidos e incluso, para adversarios), demócrata, valiente, así como capaz de admitir errores y actuar en consecuencia.

Esto es una novedad en Venezuela, país con el fango al cuello por llevar al poder a un individuo que encarnaba todo lo contrario. De arrojo físico probado en muchas circunstancias, -jamás se le vio en trance de correlón-, Martín no se las dio de hombre fuerte ni dado a humillar al contrario. Al contrario, entre sus rasgos más resaltados a la hora de su muerte está sus modales sencillos, su buen humor y su disposición a conversar largamente con quienes se arrimaran a la sombra de su sabiduría, experiencia y don pedagógico.

Pocos decesos han provocado la ola de comentarios laudatorios en las redes sociales, como ha ocurrido con Américo. Y muy pocos, poquísimos, obituarios de políticos venezolanos han aludido, como en este caso, además de su probidad, a su sólida cultura. Alguien ha observado que Américo leyó más libros, vio más películas de calidad y exposiciones de pintura que Hugo Chávez, Nicolás Maduro, sus gabinetes, sus altos mandos y el PSUV en pleno. Antes de cumplir los 30 años, desde luego. «No es Américo Martín un espécimen de ese marxismo inculto, adocenado, dogmático que florece entre nosotros…», escribió Domingo Alberto Rangel, que los conocía a toditos, en su prólogo a “Los peces gordos” (Martín 1975).

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