Opinión | El olor de Barinas, por Miro Popić

El olor de Barinas

Por Miro Popic en TalCual

Los humanos somos sordos de las narices. Hasta un perro olfatea mejor que nosotros. De todos los sentidos, el que nos ayuda a comprender el mundo a través de los aromas, es el menos desarrollado. Como animales, nos diferenciamos porque somos los únicos que cocinamos. Sin embargo, comparados con nuestros compañeros de reino, somos los últimos seres vivos en orientarnos con la nariz para alimentarnos. No sabemos oler.

Todo lo alimentario que nutre está dentro de nosotros convertido en moléculas volátiles de la materia que respiramos, que son las que provocan emociones con la evocación. Si no, que lo diga Marcel Proust con sus magdalenas remojadas en una taza de té o ese jugo de naranja recién exprimida y su reflexión sobre los misterios de la vida.

Me acabo de enterar que el universo sensorial que nos envuelve se inició hace catorce mil millones de años, mucho antes incluso que nuestro planeta tierra. Nació con las estrellas. De ellas nos vienen los olores, de la combinación de dos o más moléculas a partir de las cuales nace lo que nos apetece o nos da repugnancia. “Las moléculas –dice McGee– forman nuestro mundo, son la sustancia de prácticamente todo lo que podemos ver, tocar, gustar y oler. El olfato es más versátil que el gusto. Está menos limitado, es más amplio, más específico y más sensible. Y da mucha más información, porque los objetos del mundo están constituidos por muchos tipos de moléculas diferentes, muchos más que las docenas que puede percibir el gusto”.

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